martes, 16 de diciembre de 2008

Capítulo 3 - Primera Parte

Había una luz intensa, no tenía la menor idea de donde me encontraba. Pero una luz delante de mi brillaba de manera cegadora, y hacia ella se dirigía un joven que por momentos, a lo lejos, me miraba y sonreía.
Intenté seguirlo, para comprobar si aquel sujeto me era conocido. Sin embargo, cuando me encontraba bastante cerca como para reconocerlo, comenzó a correr, sujetando en sus manos con mucho cuidado un papel. Traspasó aquella barrera resplandeciente y empezó a gritar mi nombre de manera continua. Cuando procuré acercarme, noté que ya no era consciente de mis movimientos; no decidía los pasos que daba. Al ver nuevamente a aquel sospechoso individuo, lo reconocí como si hubiera estado escondido durante mucho tiempo en mis recuerdos. Era Micael, que seguía pronunciando mi nombre.

Me mostró un papel escrito, mas no pude reconocer los trazos hechos sobre la hoja. Él tenía una pistola en la mano y apuntándose a si mismo me dijo “Solo tú puedes salvarme”
A pesar de aquella aparente súplica, levanté mi mano derecha y con una pistola exactamente igual a la suya que hasta ese entonces había pasado totalmente desapercibida, tiré del gatillo, asesinándolo en aquel preciso instante. Dejando el cuerpo de quien amaba sin vida frente al mío.

Como por acto reflejo, salté inmediatamente de mi cama y respirando agitadamente empecé a decirme a mí misma “todo ha sido un sueño, sólo eso”, pero no podía sacarme esa tan viva imagen de mi mente, por lo que me dirigí hacia la cocina en busca de un poco de agua, para compensar de alguna manera todo aquel sudor que me causaba una terrible sofocación.

Miré el reloj. 3:25 am

Me senté lentamente en una de las sillas y me pregunté cuándo demonios terminarían esas horribles pesadillas.

Ya había pasado una semana desde aquel sábado de su partida y no había existido ni una maldita noche en la que no hubiera aparecido él, siendo quien además de irse de diversas formas en mis sueños, me dejaba con un extraño sentimiento de culpabilidad

Esta semana fue navidad, y para mí un día mas (aclaración: un día más, sin él).
Alonso, mi hermano mayor, había venido de Buenos Aires, donde reside con su novia, y junto a mi mamá, fuimos los tres a la casa de mi abuela a pasar Noche Buena.
Roberto, mi papá, fue a la casa de sus padres pues las cosas en su matrimonio, después de 21 años, no iban nada bien.

- ¿Qué pasa “Francesquita”? (¡que horror!) ¿Por qué tan triste? - me dijo mi abuela un cuarto de hora antes del tan esperado 25 de diciembre.
- Hmmm, nada abue, todo bien – dije con la mejor sonrisa que pude fingir.

Para no romper la costumbre que había marcado los últimos tres días, decidí intentar llamar una vez más a su casa, pero nadie contestó.
¿Qué podía haber pasado? No me cansaba de pensar mil y un motivos por los cuales pueda haberse ido, simplemente no podía entenderlo.
Tal vez algún familiar suyo se encontraba muy delicado y tuvieron que ir a verlo por si, ya sabes, le quedaba poco tiempo.
Pero, ¿Qué problema hubiese habido si me lo hubiera explicado?
Quizás tenían fuertes problemas económicos y tuvieron que vender sus bienes y buscar un futuro mejor, empezar desde cero.

Seamos realistas, sus padres tenían un trabajo estable y de un día a otro no creo que hayan perdido absolutamente todo.
Además, él sabía que en tal caso podía contar conmigo.

O es que acaso… ¿sus padres eran narcotraficantes y debieron huir para evitar ser descubiertos?
Tal ver por vergüenza él no me dijo los motivos de su…

No, no. Micael era un chico astuto y de buena familia.
Pero entonces, ¿Qué podía haber pasado? ¿Se habría ido con otra chica? ¿Se habría cansado ya de mí?

- ¡FELIZ NAVIDAD! – gritaron todos en una sola voz.

Me levanté del sillón en el que me había recostado y me acerque a mi madre, a mis abuelos, a una tía y por último a mi hermano. Al llegar a éste, no pude evitar derramar algunas lágrimas.
La última navidad que habíamos pasado juntos, fue cuando yo tenía apenas 12 años.
Él había viajado a Argentina, siendo un año mayor que yo; tenía 17 e ir a estudiar a aquel país era lo que él más anhelaba.
Mis padres viajaban cada seis meses a visitarlo, pero nunca querían llevarme con ellos. Siempre creyeron y pretendieron ser "padres responsables que jamás dejarían faltar a su hija al colegio únicamente para irse de viaje", sin embargo, contrariamente a eso cada vez que se iban me dejaban totalmente sola, confiando en que su menos hija no causaría destrozo alguno.
Mis pobres padres ingenuos.

Alonso, en ese instante, me abrazó y susurró “te extraño”

- Yo también, sonso

Levantó la mirada y me secó una lágrima.

- No llores, sé que me extrañas, pero no es para tanto –ambos reímos- me quedaré aquí dos semanas y tal vez puedas irte conmigo durante el verano – dijo entusiasmado

- Me encantaría – respondí. Y era cierto, necesitaba realmente desaparecer de esta realidad por un buen tiempo

- ¿O acaso tu novio perfecto no te dejara ir? – dijo en tono sarcástico.

Au.
A pesar de no ver a mi hermano, no había semana en la que no nos comunicáramos, a excepción de esta última, que las ganas para usar una computadora, un televisor o un teléfono se habían esfumado por completo.

- Yo, este… yo no tengo novio

- Ya pues Fran – dijo riendo – me lo presentarás, ¿no?

- Alonso, es en serio.

- Ah, entiendo. – y su expresión de vergüenza me causó cierta gracia- Y entonces, ahora son sólo amigos.

- No

- ¿No dijiste que era un chico increíble? Ah, ya comprendo –dijo cambiando aquella expresión de confusión- te gusta otro pibe, ¿no?

- ¡NO! No me gusta nadie, nadie más que él. Sí, sí es un chico increíble, un increíble estúpido también – dije ya con un par de lágrimas recorriendo mis mejillas – y no digas ‘pibe’ que suenas acomplejado.

Lo último, lo dije como para matar la seriedad del momento, pero Alonso prefirió pasar por alto mi propósito y sin mostrar ni el menor atisbo de felicidad en su rostro empezó a hablar nuevamente.

- ¿Qué te hizo?

- Nada – dije sabiendo desde ya lo que vendría

- No estoy jugando, dime qué te hizo el mocoso ese

- No lo llames así –dije suspirando- ya te dije, no me hizo nada.

- Yo te juro que si me entero…

- Si te enteras, ¿qué? ¿Qué harás? –dije interrumpiendo su ‘gran amenaza’

- No sé – dijo, sin poder ya ocultar una sonrisa pícara de quien ya no sabe que decir - ¿Lo mato?

- No podrías, ya no está

- ¿Apuestas? Puedo ir a buscarlo y hacer que se le pase el chistecito

- Basta Alonso. Lo que hizo fue dejarme. Él ya no está.

Era increíble notar como esa frase podía aniquilarme de tal manera. Como su ausencia podía destruir todos los buenos momentos, como seguía aún necesitándolo.
¿Lograría acostumbrarme algún día?

4 comentarios:

andrea. dijo...

awww me hubiese encantado tener un hermano mayor que me defienda. (:

sigue .)

YaniRa dijo...

raiiios!
quiero leer más (:

Álvaяo dijo...

Las navidades son tan deprimentes (mayormente recibimos muchos más recuerdos que regalos).. esta historia es genial! Esperaré los sgts. post!

Saludos, linda!

Anónimo dijo...

te acostumbraras